Expediente Warren: El caso Enfield (James Wan, 2016) – El terror de Enfield y la llegada de Valak

En 1977, en el barrio londinense de Enfield, la familia Hodgson vive en una casa humilde marcada por la precariedad. Peggy, madre soltera, lucha por sacar adelante a sus cuatro hijos en un contexto social difícil. Lo último que necesita es que su hogar se convierta en un escenario de fenómenos paranormales: ruidos inexplicables, objetos que se mueven solos y voces demoníacas que salen de la garganta de su hija Janet.

Desesperada, pide ayuda, y pronto el caso llega a oídos de Ed y Lorraine Warren, que viajarán hasta Inglaterra para enfrentarse a uno de sus episodios más famosos y controvertidos.

El regreso de James Wan

Tras el éxito de The Conjuring (2013), James Wan volvió a ponerse tras las cámaras para demostrar que no había sido casualidad. El reto era enorme: repetir el impacto de la primera parte y, al mismo tiempo, ampliar el universo de los Warren.

La historia del poltergeist de Enfield, uno de los casos paranormales más documentados de la historia, era el material perfecto para esa ambición. Con esta secuela, Wan no solo consolidó la saga, sino que firmó una de las películas de terror más memorables de los últimos años.

Un inicio perturbador: Amityville

La película arranca con el caso Amityville, otro de los episodios más conocidos de los Warren. Esta introducción, breve pero intensa, cumple un doble propósito: conectar el universo con uno de los mitos más icónicos del terror moderno y situar a Lorraine Warren en el centro emocional de la historia.

Sus visiones —que incluyen la aparición de una entidad demoníaca con forma de monja— anticipan el conflicto personal que marcará toda la película. Desde el primer minuto, Wan deja claro que no piensa limitarse a repetir fórmulas: quiere expandir su mitología.

El corazón de la saga: los Warren

Patrick Wilson y Vera Farmiga regresan como Ed y Lorraine Warren, y lo hacen en estado de gracia. Sus personajes ya no son solo investigadores de lo paranormal: son un matrimonio que se enfrenta a la posibilidad real de perderse el uno al otro.

Lorraine, perseguida por la visión de la monja demoníaca, duda de su capacidad para continuar. Ed, más convencido que nunca, se aferra a la fe y al amor como sus armas principales.

Hay momentos de una humanidad desarmante, como la escena en la que Ed canta “Can’t Help Falling in Love” para dar un respiro a la familia Hodgson en medio del caos. Estos instantes tiernos, casi domésticos, son los que diferencian a la saga: en el fondo, The Conjuring 2 es tanto una historia de amor como de terror.

Los Hodgson: víctimas de lo inexplicable

Frances O’Connor interpreta a Peggy Hodgson, una madre extenuada, vulnerable y real. Madison Wolfe, como Janet, es el eje de la historia: su transformación, entre la inocencia infantil y la posesión demoníaca, es escalofriante.

Sus gestos, su mirada perdida y su voz gutural generan una incomodidad genuina. El espectador sufre con ella y, al mismo tiempo, duda: ¿es verdad lo que ocurre o hay algo de manipulación? Esa ambigüedad, heredada del caso real, convierte la película en un relato aún más inquietante.

Dirección y atmósfera

Wan vuelve a demostrar su maestría detrás de la cámara. La secuencia del pasillo, en la que la figura del Hombre Torcido cobra vida, es un prodigio de coreografía visual. Los planos secuencia recorren la casa como si fuesen parte de la propia entidad: siempre vigilando, siempre al acecho.

La fotografía de Don Burgess utiliza tonos apagados y un estilo cercano al documental para reforzar la sensación de veracidad. La Londres de finales de los setenta se siente gris, húmeda y claustrofóbica.

La casa Hodgson no es un decorado de fantasía: es un lugar real, pobre y lleno de goteras. Eso hace que el horror resulte aún más cercano.

Diseño sonoro y música

El sonido vuelve a ser un personaje en sí mismo. Los golpes en las paredes, las risas que resuenan en la oscuridad y la voz gutural de Janet poseída por el espíritu de Bill Wilkins están calculados para incomodar al espectador.

Joseph Bishara repite en la música, con composiciones disonantes que refuerzan la presencia demoníaca. Uno de los recursos más brillantes es el silencio: Wan lo utiliza para tensar la cuerda hasta el límite, dejando al espectador atrapado en la espera de un golpe que puede o no llegar. Esa combinación de silencio y estruendo es la esencia de su estilo.

Valak: la monja demoníaca

Si Bathsheba era la gran amenaza de la primera parte, aquí la figura de Valak se convierte en un icono instantáneo. Su diseño —hábito negro, rostro pálido y ojos amarillos— es tan simple como aterrador.

No es casual que terminara protagonizando su propio spin-off (The Nun, 2018). Su presencia trasciende la película: se instaló en el imaginario colectivo como una de las figuras más inquietantes del terror contemporáneo.

Recepción y legado

The Conjuring 2 fue recibida con entusiasmo tanto por la crítica como por el público. Con un presupuesto de 40 millones de dólares, recaudó más de 320 millones en taquilla.

Muchos la consideran superior a la primera entrega en términos de ambición y escala, aunque otros señalan que pierde parte de la frescura original.

Lo cierto es que la película consolidó a James Wan como uno de los grandes maestros del terror moderno. Pocos directores han logrado equilibrar atmósfera, sustos efectivos y desarrollo emocional con tanta precisión.

Una historia de fe y amor

Lo más memorable de The Conjuring 2 no es solo su capacidad para asustar, sino la manera en que coloca el amor y la fe en el centro de la trama. Los Warren no luchan únicamente contra demonios: luchan contra la duda, contra el miedo a perder al otro.

La película transmite la idea de que, incluso en medio de la oscuridad más absoluta, hay luz en la unión y en la esperanza.

Reflexión final

Lo mejor: la intensidad del caso Enfield, la humanidad de los Warren y la irrupción de Valak como icono del terror.
Lo peor: en su ambición, pierde parte de la intimidad que hacía tan especial a la primera entrega.

The Conjuring 2 es, en definitiva, una secuela que honra y expande el legado de la primera película. James Wan consigue que el miedo y la emoción convivan en un equilibrio delicado.

Nos recuerda que el verdadero terror no está solo en los fantasmas, sino en la posibilidad de perder lo que más amamos. Una obra que demuestra que el cine de terror, cuando se hace con corazón y talento, sigue siendo capaz de conmover y de helarnos la sangre a partes iguales.

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