En 1981, los Warren se enfrentaron a uno de sus casos más polémicos: el juicio de Arne Johnson, acusado de asesinato. Lo que convirtió este episodio en algo único fue su alegato: afirmó haber actuado bajo posesión demoníaca. Era la primera vez que en un tribunal de Estados Unidos se utilizaba la posesión como defensa legal.

La película arranca con el exorcismo de un niño de ocho años, David Glatzel, que desencadena una cadena de acontecimientos que culmina en tragedia. Arne, al intentar salvar al niño, invita al demonio a entrar en él. A partir de ese momento, Ed y Lorraine deberán enfrentarse no solo a una entidad maligna, sino también al sistema judicial y al escepticismo de la sociedad.
Un nuevo director, un cambio de tono
Tras dos entregas dirigidas por James Wan, la tercera parte de la saga principal quedó en manos de Michael Chaves, quien venía de debutar en el universo con La Llorona (2019).

El cambio se nota desde el inicio: mientras Wan apostaba por la atmósfera gótica y la tensión sostenida, Chaves opta por un estilo más dinámico, con mayor presencia de investigación policial y menos énfasis en la construcción pausada del terror.
El resultado es una película distinta, que dividió a los fans: para algunos, un soplo de aire fresco; para otros, una pérdida de la esencia original.
El caso real detrás de la ficción
El llamado “Devil Made Me Do It case” es uno de los más célebres de los Warren. El hecho de que llegara a los tribunales le dio una dimensión pública inédita.
La película aprovecha ese trasfondo para explorar la relación entre fe, justicia y escepticismo, aunque lo hace de forma algo superficial. Más allá de un par de escenas en la sala del tribunal, el componente legal queda en segundo plano, y el foco se traslada a la investigación sobre una bruja satánica que ha lanzado una maldición.

Este cambio de enfoque fue una de las críticas más recurrentes. Muchos esperaban un thriller judicial con tintes sobrenaturales, pero se encontraron con una historia más cercana a la investigación policial demoníaca.
Aun así, algunos momentos logran conectar con el caso real: las escenas de prensa, la presión social y la incredulidad de las autoridades aportan verosimilitud y recuerdan que, detrás de la fantasía, hubo un proceso legal histórico.
Ed y Lorraine: el alma de la saga
Una vez más, Patrick Wilson y Vera Farmiga son el corazón de la película. Sus interpretaciones sostienen la historia incluso cuando el guion flaquea.
Ed, debilitado tras un infarto al inicio del metraje, lucha contra sus limitaciones físicas, mientras que Lorraine intensifica su papel de médium, enfrentándose a visiones cada vez más perturbadoras.

Su relación vuelve a ser el ancla emocional. Hay momentos de auténtica ternura, como el flashback a su juventud, cuando Ed le promete a Lorraine que siempre estará a su lado. Esa dimensión romántica —presente desde la primera entrega— sigue siendo la clave de la saga: más allá de demonios y maldiciones, The Conjuring es, en esencia, la historia de un matrimonio que enfrenta el horror de la mano.
Un enfoque narrativo diferente
Chaves introduce nuevas dinámicas. La investigación lleva a los Warren por morgues, túneles y bosques, alejándose del clásico escenario cerrado de una casa encantada.
Esto aporta variedad visual, pero también cierta dispersión: la película pierde cohesión y se siente menos centrada.

La villana humana, una ocultista que invoca demonios mediante un tótem maldito, añade un giro interesante. Por primera vez en la saga, la amenaza no es solo un espíritu, sino alguien que elige servir al mal.
Este enfoque amplía las posibilidades del Warrenverse, explorando cómo la maldad puede nacer también de las decisiones humanas. Sin embargo, divide opiniones: algunos lo consideran refrescante, otros creen que rompe la esencia espiritual de la saga.
Dirección y estilo visual
La dirección de Chaves es más directa y menos elegante que la de James Wan, pero tiene buenos momentos. La secuencia inicial del exorcismo es potente y rinde homenaje a El exorcista (1973), y la persecución en el bosque con Lorraine teniendo visiones está llena de tensión y ritmo.

La fotografía de Michael Burgess mantiene la estética sombría con tonos fríos y contrastes marcados, reforzando la atmósfera de misterio.
El diseño de producción, con sus morgues húmedas, túneles y altares profanos, aporta variedad, aunque la sensación de atmósfera no alcanza la intensidad de las entregas previas.
Música y sonido
Joseph Bishara repite en la banda sonora, aportando continuidad al universo. Su música, aunque efectiva, tiene menos protagonismo que en las dos primeras partes.
El diseño sonoro, en cambio, destaca por su precisión: susurros, voces demoníacas y distorsiones durante las visiones de Lorraine generan un ambiente de inquietud constante.
Las escenas donde el sonido se apaga casi por completo antes del susto siguen siendo uno de los sellos más efectivos de la saga.
Recepción crítica y taquilla
Con un presupuesto de 39 millones, la película recaudó más de 200 millones en plena pandemia de 2021, un resultado notable dadas las circunstancias.

La crítica fue dividida: algunos celebraron el intento de renovar la fórmula, mientras otros lamentaron la pérdida de la atmósfera clásica. Casi todos coincidieron en destacar la química inquebrantable de Wilson y Farmiga como el pilar que sostiene la franquicia.
En lo cultural, la película dejó menos huella que las anteriores: no creó un nuevo icono como Valak ni una escena tan recordada como la del armario en la primera Conjuring. Aun así, consolidó a la saga como una de las franquicias de terror más sólidas y rentables de la última década.
Reflexión final
Lo mejor: la interpretación de los protagonistas y el intento de explorar un caso diferente dentro del universo.
Lo peor: un guion disperso que desaprovecha el potencial del juicio real y una dirección que no alcanza la maestría de James Wan.
Expediente Warren: Obligado por el demonio no alcanza la brillantez de las dos primeras entregas, pero cumple como pieza dentro del Warrenverse.
Ofrece entretenimiento, algunos momentos memorables y mantiene viva la relación entre Ed y Lorraine como el motor emocional de la saga.
Eso sí, también deja claro que el universo necesita nuevas ideas y una dirección más firme si quiere seguir sorprendiendo.