En 1956, cuatro años después de los sucesos en el convento de Rumanía, la hermana Irene vive destinada en Francia, intentando dejar atrás lo que experimentó con Valak. Sin embargo, una serie de muertes inexplicables relacionadas con la Iglesia despiertan la sospecha de que el demonio con forma de monja ha regresado.

Obligada por el Vaticano a investigar, Irene se enfrenta otra vez a la oscuridad junto a Maurice —el simpático “Frenchie”—, que ahora trabaja en un internado. Lo que comienza como un misterio pronto se transforma en un enfrentamiento directo con la entidad que parecía haber sido contenida.
Un regreso inevitable
Tras el éxito comercial de La monja (2018), era cuestión de tiempo que se produjera una secuela. El regreso de Valak estaba asegurado: su figura se había convertido en uno de los iconos de terror más reconocibles de los últimos años, con un diseño tan simple como aterrador.

Michael Chaves, que ya había dirigido La Llorona (2019) y The Conjuring: obligado por el demonio (2021), asumió el reto de continuar la historia. La expectativa era alta: la primera entrega había sido criticada por su abuso de jump scares y su guion irregular, aunque había dejado una atmósfera gótica potente. La monja II prometía corregir errores y ofrecer un relato más sólido.
Una amenaza que nunca muere
El gran acierto de la secuela es dar continuidad a personajes que ya habían generado interés en la primera parte.
La hermana Irene, interpretada por Taissa Farmiga, se consolida como protagonista absoluta. Su evolución, de novicia insegura a mujer de fe firme, es uno de los motores emocionales de la cinta.

Maurice, interpretado por Jonas Bloquet, aporta el contrapunto humano: un hombre sencillo atrapado en una lucha que lo sobrepasa. La relación entre ambos funciona como un ancla emocional que equilibra lo sobrenatural con lo humano.
Valak, por supuesto, sigue siendo el gran reclamo. Sus apariciones, aunque a veces previsibles, mantienen la fuerza visual que la convirtió en icono. El hábito oscuro, el rostro cadavérico y los ojos brillantes continúan siendo eficaces. Sin embargo, el riesgo de desgaste es evidente: cuando un monstruo se muestra demasiado, pierde parte del misterio que lo hacía aterrador.
Michael Chaves y la dirección
Michael Chaves da un paso adelante respecto a sus trabajos anteriores. Se percibe más confianza en la puesta en escena, con secuencias elaboradas como la del quiosco de revistas, donde Valak aparece entre páginas en movimiento, o el clímax en la capilla ardiente con los vitrales explotando a la luz.

Estas escenas muestran mayor ambición visual y creatividad. No obstante, su estilo aún no alcanza la precisión milimétrica de James Wan. La tensión se construye de manera más abrupta, y el guion se apoya demasiado en la aparición repentina del monstruo.
Aun así, la película demuestra que Chaves ha aprendido de sus críticas pasadas y busca equilibrar atmósfera y espectáculo.
Fotografía y ambientación
La fotografía de Tristan Nyby aporta un tono cálido en los exteriores y una oscuridad casi absoluta en los interiores. El internado francés —con sus pasillos estrechos, bodegas y sótanos— es un escenario ideal para el terror.

La película aprovecha bien esos espacios, aunque no logra la autenticidad visual de la primera entrega rodada en Rumanía, donde los escenarios tenían una fuerza casi propia.
El diseño de producción, con estatuas religiosas, vitrales y reliquias sagradas, refuerza la estética gótica. Hay un esfuerzo notable por conectar la imaginería católica con la presencia demoníaca, creando un contraste entre lo divino y lo profano.
Música y sonido
La partitura de Marco Beltrami sustituye a Joseph Bishara y aporta un tono distinto: más orquestal, con coros y un aire litúrgico que busca evocar lo sagrado.
Aunque atmosférica, no alcanza la sensación perturbadora de las composiciones de Bishara. El diseño sonoro, en cambio, mantiene la fuerza: susurros, golpes, portazos, respiraciones en la penumbra… La mezcla entre silencio y estruendo sigue siendo el recurso más efectivo para asustar.
Guion y ritmo narrativo
El guion, firmado por Akela Cooper, Ian Goldberg y Richard Naing, amplía el trasfondo de Valak conectándolo con reliquias sagradas y con la historia de la Iglesia. Esto añade interés, pero también introduce explicaciones apresuradas que no terminan de convencer.

La estructura, aunque más cuidada que en la primera parte, sigue siendo algo repetitiva: aparición, susto, huida, nuevo enfrentamiento.
Aun así, hay momentos brillantes: el sacrificio de Irene, la revelación sobre Maurice y la tensión creciente entre lo humano y lo demoníaco. La película, aunque irregular, consigue mantener el interés gracias a sus protagonistas.
Comparación con La monja (2018)
La secuela es más redonda que la original: tiene mejor ritmo, personajes más desarrollados y secuencias más elaboradas. Sin embargo, sigue sin alcanzar el nivel de atmósfera y emoción de las películas dirigidas por Wan.

La monja II cumple como entretenimiento efectivo y visualmente atractivo, pero no trasciende.
Recepción y legado
Con un presupuesto de 38 millones, la película recaudó más de 270 millones de dólares en taquilla, confirmando el interés del público por Valak.

La crítica fue más favorable que con la primera parte: se destacó la mejora en la dirección y el protagonismo de Taissa Farmiga, aunque muchos coincidieron en que el desgaste del Warrenverse empezaba a notarse.
En términos de legado, La monja II mantiene vivo al personaje de Valak como icono del terror moderno y refuerza la idea de que el universo puede seguir explorando distintas épocas y escenarios. Pero también deja claro que la fórmula necesita renovarse para no agotarse.
Reflexión final
Lo mejor: Taissa Farmiga como Irene, la química con Maurice y algunas secuencias visualmente potentes.
Lo peor: la sobreexposición de Valak y un guion que, aunque mejora, sigue siendo irregular.
La monja II es una secuela que cumple, entretiene y expande, pero no sorprende. Es un paso adelante respecto a su predecesora, con más cuidado en personajes y atmósfera, aunque aún lejos de la excelencia del cine de Wan.
Un recordatorio de que el Warrenverse, para sobrevivir, deberá arriesgar más y confiar en directores con una mirada única.