Hay películas que no llegan para sorprender; llegan para recordarte algo que habías olvidado. Algo sencillo, casi primitivo: el deseo de pertenecer. Avatar: El sentido del agua es una de esas películas. No entra con estruendo, aunque su tecnología sea una proeza. Entra como una marea lenta, suave, que parece tocarte los tobillos antes de revelarse como un océano inmenso.
