Hay películas que no se limitan a contarte una historia: te invitan a cruzar un umbral. A entrar en un lugar que no existe, pero que de algún modo sientes como un recuerdo olvidado. Avatar es una de esas películas. No necesita pedir permiso para ser desmesurada, ni disculparse por querer conmoverte desde la primera imagen. Llega con la fuerza de un sueño intacto… y se queda como un eco que no se borra.
