Tim Burton siempre ha habitado el territorio donde lo cotidiano roza lo fantástico. Pero con Big Fish (2003), dejó de lado su gótico habitual para firmar su película más luminosa y humana: un cuento sobre la memoria, el amor y la forma en la que elegimos recordar la vida. En un mundo que exige hechos y certezas, la historia de Edward Bloom es un acto de fe en la imaginación, una invitación a creer que la verdad no siempre vive en la literalidad, sino en aquello que nos conmueve.





