Hay películas que expanden un universo y otras que lo ponen a prueba. Avatar: Fuego y Ceniza parece pertenecer a este segundo grupo: una obra que llega cuando el refugio ya no es suficiente y la idea de hogar empieza a resquebrajarse. James Cameron no parece interesado aquí en la serenidad ni en la contemplación como destino final, sino en la fricción que surge cuando incluso los lugares que amamos comienzan a arder. Si El sentido del agua hablaba de pertenecer, esta nueva entrega apunta a una pregunta más incómoda: qué ocurre cuando pertenecer deja de ser seguro.
