En los oscuros años de la Gran Depresión, Michael Sullivan es un asesino a sueldo que profesa una lealtad inquebrantable a su jefe, el señor Rooney, pero es también un buen padre de familia. Son tiempos duros en Rock Island, donde domina la mafia irlandesa, la Ley Seca sigue vigente y los gángsteres, especialmente Al Capone en Chicago, están en la cima del poder. Un día, inesperadamente, el hijo de Sullivan, Michael Jr., decide seguir a su padre para saber en qué consiste exactamente su trabajo.
Cuentan muchas historias sobre Michael Sullivan. Unos dicen que era un hombre bueno, otros, que en él no había ni una pizca de bondad. Pero una vez pasé seis semanas viajando con él, en el invierno de 1931.
Esta es nuestra historia.
Una interesante perspectiva, desde la mirada de un niño, sobre el destino de una vida inmersa en una espiral de muerte, la repercusión familiar de esa azarosa existencia, especialmente a nivel paterno-filial, el vínculo de esa muerte y el comportamiento criminal con Dios. No en vano, se muestra la aparición de un sinfín de iconografía, ceremonias y referencias religiosas y la confrontación entre el heroísmo del cómic, la realidad y el juicio moral.
Basado en la novela gráfica de Max Allan Collins, Camino a la perdición tiene una narrativa clásica y una ligera entonación lírica, que engrandece la trivialidad del recorrido.
Las escenas violentas están contadas de forma veraz y contundente. Los elementos naturales sirven a Sam Mendes para expandir las emociones de sus caracteres y su contemplación, que en general es pausada pero rítmica.
Sam Mendes, al igual que en su opera prima, American Beauty, por la que ganó el Oscar a Mejor Película, hace un trabajo genial, tanto a nivel técnico como artístico, sacando el máximo partido a los actores y dotando a la película de una expresividad sobrecogedora, con escenas que quedarán guardadas para siempre en nuestra memoria cinematográfica, como la del joven Michael hablando en soledad, observando cómo rompen las olas en la playa, hasta la secuencia final de este llegando a la que va a ser su nueva casa, pasando por la poética secuencia de Michael Sullivan en la oscura escena de la ejecución de John Rooney.
Como magistralmente conseguía el genial Billy Wilder, las secuencias fluyen una detrás de otra con total naturalidad, llevadas por su propia inercia.
La virtud del guion reside en la perfecta conjunción de las distintas subtramas que se dan cita en el relato: la huida, la venganza, la situación de los Rooney, el aprendizaje sobre el terreno que efectúa Michael, el retrato del gansterismo de la época y la contemplación de una América rural que alimenta mayores esperanzas que la violenta existencia en las zonas urbanas.
Sullivan y Rooney están muy unidos. En su relación podemos ver ecos de las tragedias clásicas entre familias mafiosas. El personaje de Hanks guarda gratitud eterna al que interpreta Newman. Como pago, se ha convertido en uno de sus mejores hombres. Mata sin hacer preguntas.
Mendes no moraliza sobre ninguno de ellos. Camino a la perdición no es un thriller sobre los gansters, sino un drama casi operístico sobre la imposibilidad de volver atrás.
La película se desarrolla durante seis semanas del invierno de 1931, centrando su atención en la huida de Michael y su padre, una escapada que no conlleva una renuncia a la venganza: Sullivan quiere vengar a sus seres queridos muertos, aunque esto le enfrente con Rooney.
Aunque los personajes interpretados por Hanks, Newman y el joven Tyler Hoechlin son los que llevan el peso de la historia, Camino a la perdición tiene grandes figuras secundarias de notable peso.
Parece que el fuerte de Sam Mendes (Skyfall, Revolutionary Road, American Beauty) es la dirección de actores. Paul Newman (El color del dinero, El coloso en llamas, El golpe) está en una época gloriosa, sin nada que demostrar a nadie a sus casi 77 años por ese tiempo, y que está sencillamente perfecto; Tom Hanks (Salvar al soldado Ryan, Forrest Gump, Big) en un papel a su medida, se muestra muy sólido durante toda la historia; Tyler Hoechlin (Melvin Smarty, Carta Blanca, Solstice) inmenso en el que sería su primer gran papel en una película; Jude Law (Sherlock Holmes, Enemigo a las puertas, Gattaca) con una brillantísima caracterización, en la que se involucra muchísimo por componer a un asesino memorable; Daniel Craig (Trilogía Millenium, Casino Royale, Munich) magnífico en todo momento, demostrando lo buen actor que siempre ha sido; Stanley Tucci (The Lovely Bones, Trilogía Los juegos del hambre, Spotlight) está muy acertado metiéndose en la piel de Frank Nitti.
En la línea de otras historias de cine negro que mezclan el impulso épico con la mirada intimista, Mendes maneja con soltura la presentación y evolución de los personajes y teje algunas escenas de gran belleza poética y enorme tensión dramática. Además, consigue actualizar con fluidez los códigos propios del cine de gansters proponiendo una reelaboración consciente del género sin caer en la impostura ni en el artificio. La voz en off y los diálogos funcionan, y el interés de la historia no decae en ningún momento.
La música, realizada por Thomas Newman, nos regala momentos épicos, realzando el dramatismo de las escenas de gansters, mezclándolas con notas de gran belleza que nos encogerán el corazón.
Conrad L. Hall es el encargado de transmitir en cada plano, una tensión puramente visual, aportando un plus de dramatismo a toda la narración, con su excelente trabajo de fotografía.
Camino a la perdición se trata de una historia policial negra, llena de gansters, pero no solamente de eso vive. Es, además, una fábula moral, una tragedia griega ambientada en los años de la Depresión, una película de caminos, una historia de aprendizaje. Todo eso, y sobre todo, una historia de amor: el de un hijo por su padre, y el de un padre por su hijo. Llena de contradicciones, rechazos, reproches, dolor y reconciliaciones. Como la vida misma.
Entonces comprendí, que el único temor de mi padre, era que su hijo siguiese su mismo camino. Y aquella fue la última vez que cogí un arma.
La gente cree que me crié en una granja, y supongo que en cierto modo, así fue. Pero antes de eso, viví toda una vida viajando durante aquellas seis semanas, en el invierno de 1931.
Cuando la gente me pregunta si Michael Sullivan era un hombre bueno, o si en él no había ni una pizca de bondad, yo siempre doy la misma respuesta. Sólo les digo:
Os dejo un pequeño fragmento de la Banda Sonora Original:
Me alegro de que seas tú.