Al ver que la vida en la Tierra está llegando a su fin, un grupo de exploradores liderados por el piloto Cooper y la científica Amelia se embarca en la que puede ser la misión más importante de la historia de la humanidad y emprenden un viaje más allá de nuestra galaxia en el que descubrirán si las estrellas pueden albergar el futuro de la raza humana.
En una de las primeras secuencias de Interstellar, Cooper (Matthew McConaughey) le dice a su suegro: «Antes mirábamos hacia el cielo y nos preguntábamos cuál sería nuestro lugar en las estrellas, ahora miramos hacia abajo angustiados por cuál será nuestro lugar entre el polvo». Precisamente así, mirando hacia arriba de forma entusiasta y algo pretenciosa, es como entiende el cine Christopher Nolan. Y el paradigma de esta manera de concebir y de hacer cine es Interstellar, su novena sinfonía, que es, para bien o para mal, la obra más ambiciosa y grandiosa de su notable filmografía.
Un futuro preapocalíptico tan desesperanzador como plausible. Una humanidad que, enrocada en sus siglos de rutina, se autocondena a su desaparición. Un reducto de mentes brillantes que no se resigna a aceptar que este es el final. Un padre que ama a sus hijos hasta el punto de hacer lo que sea necesario para ofrecerles la remota posibilidad de un futuro. Y un puñado de enrevesadas y densas teorías sobre el cosmos, los agujeros negros, la física gravitacional y los viajes en el tiempo que se presentan como la única vía de escape.
El guión, escrito por Christopher Nolan junto con su hermano Jonathan, se fundamenta en conceptos sobre anomalías gravitatorias y las teorías de Kip Thorne (que ha participado en el guión) sobre los agujeros de gusano espaciales, y cuya temática se sustenta en dos ideas esenciales. La primera, es la creencia de que sólo existe vida en nuestro planeta, y por ello, los terrestres somos los seres vivos destinados a colonizar otros posibles mundos habitables esparcidos por el universo. Las cuestiones astrofísicas y científicas a resolver en cuanto a esta idea, es el cómo traspasar las barreras de la tecnología y del espacio-tiempo. La segunda, es aquello que nos distingue como seres especiales, y por qué no, elegidos, las cualidades que tiene el ser humano en cuanto a la supervivencia, al desarrollo y la innovación, y por encima de todo, la capacidad de amar, como motor del universo.
Como bien se está comentando, Interstellar supone el regreso de Hollywood al relato de ciencia ficción épica y adulta de décadas pasadas.
Hay paralelismos con 2001, una odisea en el espacio, aunque la película de Nolan es muy diferente a la de Kubrick; a Solaris, de Tarkovsky; a El árbol de la vida de Terrence Malick o incluso a Spielberg, el cual, de hecho, iba a dirigir este proyecto. También hay conexiones con Elegidos para la gloria o Cuando los mundos chocan.
Basada en teorías del físico Kip Thorne, la película nos presenta a un planeta Tierra moribundo y agotado por las plagas. Kubrick reinvindicó con 2001 a la ciencia ficción como género importante sacándolo del encasillado de la serie B, para llevarlo a lo puramente industrial, al ámbito de las grandes producciones.
Uno de los leiv motiv de la película, son los versos de Dylan Thomas, que recita el profesor Brand sobre esa capacidad de supervivencia, de rebeldía contra la propia extinción que caracteriza la raza humana:
«No entres dócilmente en esa buena noche,
la vejez debería arder y delirar al acabarse el día;
rabia, rabia contra la muerte de la luz.»
Profesor Brand
En estas palabras se resume la esencia de la película: la fuerza que hace posible que los hombres se rebelen contra su destino, lo que les impulsa a ir más allá, esa rabia que es a la vez el instinto de supervivencia individual, la necesidad de trascendencia grupal y el hálito de vida que no se extingue siquiera en los tiempos oscuros.
Se podría decir que estamos ante una carta de amor de Nolan a los viajes espaciales y la exploración de las estrellas, ya que nos muestra una visión elegante y magistral del futuro.
Y es que Interstellar es una película para vivir, ya que nos muestra un deleite audiovisual que supera los límites establecidos, adentrándonos en esos mundos imposibles surgidos de la imaginación de los hermanos Nolan.
Nolan rediseña la figura del héroe moderno, y lo hace desde las cenizas. El protagonista parte de una fractura psicológica, producto de un accidente espacial y del fantasma femenino de su pareja sentimental. El peso argumental de las mujeres en el cine de Christopher Nolan habitualmente es secundario, incluso prescindiendo de su figura a través de la muerte. Sin embargo, este hecho no empuja a Cooper a la locura, como si pasó con Cobb (Origen) o Leonard (Memento), sino que lo ha llevado a centrarse en sus tareas paternales mostrando una actitud permisiva y protectora con sus hijos.
Otra de las temáticas que Nolan ha decidido prescindir, es el componente espiritual. Es un hecho que la religión ha estado presente en diversas historias del cine sobre catástrofes naturales que amenazaban el planeta Tierra, pero Interstellar renuncia por completo a la vivencia religiosa. El peso de la responsabilidad sobre la suerte que corra la expedición no recaerá en amuletos u oraciones, para pasar a ser competencia directa de la evolución científica, gracias a un escepticismo que no se detiene sólo en el fervor devoto, sino que alcanza a un delicado y antiguo debate sobre las primeras misiones espaciales y la hipotética llegada del hombre a la Luna.
Nolan nos invita a un viaje a la parte desconocida del universo conocido, a lo más profundo de nuestro cosmos y de nuestra finita existencia; una invitación al niño que hace tiempo maduró y se conformó con soñar que viajaba a las estrellas. Y lo hace a través de una historia emocionante, una fotografía magistral y una banda sonora en la que cada segundo es un regalo para los oídos.
El amor, al nivel más emocional, se mezcla con la ciencia más árida para llevarnos a los confines del universo y obligar al niño que lleva dentro a volver a mirar a las estrellas a través de un viaje por un agujero negro. Un viaje solo de ida, en el que nuestra percepción sobre la ciencia ficción en el cine habrá cambiado para siempre. La última película de Christopher Nolan es el nuevo punto de partida para el cine de ciencia ficción, que alcanzó la gloria un 1 de enero de 1968 con el estreno de 2001: Una odisea en el espacio y que cambió el cine para siempre, conjugando la más dura ciencia junto con la más irresistible ficción. El uso de la ciencia más pura es el elemento que Nolan utiliza para resolver problemas que plantea la historia y como base argumental para los matices emocionales y personales de los protagonistas. El director ha cogido lo mejor de la ciencia ficción y se lo devuelve al espectador.
El planteamiento de Insterstellar es totalmente diferente a lo que hemos visto hasta ahora. Es un viaje espacial, temporal y emocional en el que se combina la mejor ficción con un gran nivel de precisión técnica y científica. De hecho, es tan técnica que en ocasiones puede hacer que nos perdamos, a pesar de simplificar al máximo las explicaciones científicas que pretenden ser el hilo conductor de la historia.
Siguiendo con la calidad científica, la mayoría de los elementos fantásticos no lo son, sino que parten de una base científica y de modelos matemáticos. El agujero negro es quizás, su mayor exponente, y está retratado por primera vez como la ciencia dice que es, y no como las licencias cinematográficas consideran que tiene que ser para adornarnos la vista en pantalla.
Interstellar está planteada como el viaje del ser humano para evitar su extinción, provocada por su propio egoísmo. Un viaje que cuenta la relación entre un padre y su hija a través de la ciencia, la astronomía y la física, donde el amor puede explicarse con una fórmula matemática extraída del horizonte de sucesos a través del corazón de un agujero negro, pero no por ello pierde ni un ápice del realismo que se puede esperar para esta historia.
Este viaje se plantea como una epopeya sobre lo finito del ser humano y sobre el egoísmo de creer que la Tierra nos pertenece, en el que sin concretar una fecha, la raza humana está al borde del desastre y de la extinción, y cuya única salida es mirar a las estrellas y tener la valentía de pasar por un agujero negro y buscar otros mundos en los que la vida, como la conocemos, pueda florecer, o al menos, sobrevivir.
La inclusión de la ciencia de los viajes espaciales, está contada de forma sublime, casi divulgativa, y de la que el propio Sagan estaría orgulloso. El viaje de Cooper se cuenta a través de lo que la ciencia actual conoce. Mucho tiene que ver la influencia de Kip Thorne como físico teórico, así como sus lecciones sobre física gravitacional y astrofísica, que han convertido el viaje de Nolan en una premonición de lo que podrían ser los viajes espaciales cuando el hombre pueda ir más allá de nuestro satélite.
Lo que marca la diferencia en una gran película es su capacidad de absorber al espectador, de hacerle sentir las emociones de sus personajes, llevarle en un viaje hacia lo desconocido sin dejar de prestar atención, además de envolverte en una innegable espectacularidad visual, técnica y sonora. Interstellar te atrapa, te hace sentir pequeño y te sobrecoge ante su grandiosidad.
Lo más lógico es dejarse llevar y no centrarse mucho en las recónditas teorías del espacio tiempo y la relatividad, donde una hora en el espacio puede suponer siete años en la tierra.
En el plano interpretativo, Christopher Nolan (Trilogía El caballero oscuro, Origen, Memento) ha sabido elegir inteligentemente a sus actores. Interstellar se sostiene en un Matthew McConaughey (Dallas Buyers Club, Mud, El inocente) en estado de gracia, enorme en su papel y responsable de dotar de alma a la película. Le acompaña Anne Hathaway (El caballero oscuro: La leyenda renace, Los miserables, One Day) que a pesar de estar eclipsada por su compañero, realiza una estupenda labor interpretativa; Jessica Chastain (Mamá, La noche más oscura, El árbol de la vida), que saca todo el partido que puede de su personaje, que probablemente sea el menos desarrollado de todos; Matt Damon (Elysium, Trilogía Bourne, Infiltrados), que pese a tener un papel relativamente corto, está magnífico; Casey Affleck (En un lugar sin ley, El demonio bajo la piel, El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford), también participa poco, realizando un gran trabajo; y como no, Michael Caine (Trilogía El caballero oscuro, El truco final (El prestigio), La huella), espectacular en cada escena, como siempre. Otras dos incorporaciones dignas de mención son los robots que nos acompañan en esta historia, que se llaman CASE y TARS, el primero es silencioso y melancólico; el segundo es mordaz y juguetón.
El monólogo en el que Anne Hathaway defiende el amor como la única fuerza a nuestro alcance capaz de adentrarse en la cuarta dimensión ilustra a la perfección cuál es el verdadero motor de Interstellar. Un viaje emocional y emocionante de la mano de un director que en su constante búsqueda de la intensidad avanza siempre hacia el más difícil todavía, sin saber cuándo dejar de expandir su criatura, cómo y cuándo cerrar el círculo. Nolan no sabe parar. Es, en todo caso, el pecado más tolerable de quien hace cine mirando a las estrellas y leyendo a Dylan Thomas.
Uno de los grandes aliados de Nolan para llegar al punto fuerte de la película es la banda sonora de Hans Zimmer, y la verdad es que está magistralmente encajada en Interstellar.
El apartado de fotografía, al cual Hoyte van Hoytema le ha dedicado muchísimo esfuerzo, es sencillamente magnífico, grandiosidad en estado puro para el disfrute de nuestros sentidos.
Interstellar nos deja frases que mezclan el sentimiento humano y el pensamiento científico, como podría ser:
«No le tengo miedo a la muerte, le tengo miedo al tiempo, que es relativo, y por tanto, manipulable».
Cooper
La Novena Sinfonía espacial de Nolan ya está lista para despegar.
«No es un fantasma, es la gravedad».
Murph
Os dejo con la enorme Banda Sonora Original, que estoy seguro de que os dejará con la boca abierta: